El Olimpo ¿Seras mortal, o un cruento dios?

Desde el suelo mortal, el olimpo se ve suspendido en el cielo. Un templo blanco, perfecto e impoluto, que toda mente racional ha intentado alcanzar con la punta de los dedos en su mortal ignorancia.

La belleza, ese algo que tienen algunas personas, es el billete de salida a la tierra de dioses, pero no de vuelta. Tras las puertas de oro del olimpo, se esconde un lugar que va independientemente del espacio y el tiempo. Es tan grande, que parece imposible que todo eso esté dentro del templo. En él se refugian los dioses. Y además, los hijos de estos, llamados semidioses, las criaturas, y los humanos, caprichos de todos los demás.


Hoy había sido un día duro. Un nuevo hombre, viejo y desgarbado, se había hecho pasar por un profeta, que auguraba la llegada de un mesías, un hijo de un dios. Y según él, del único Dios que existía. Aquel falso profeta había empezado a gritar incoherencias en la plaza mayor como ¡Estáis condenados! ¡El pecado no es el camino!. Menuda tontería; piensas.

Nada más entrar a tu casa, ves sobre la mesa un papel blanco, con un lazo dorado. Aquel lazo debía de valer más de una vida, y de dos. Desatas el lazo, y lees el papiro, que parece estar escrito por mano divina. Comienzas a leerlo:

Estimado mortal, recibes este papiro porque eres un afortunado, un amigo de la suerte. Por orden divina, vas a ser llevado a la tierra divina, a...

No puedes leer más, no ves nada, ¡estás ciego!. Intentas, gritar, ¡pero estás mudo!. Y poco a poco vas perdiendo los sentidos, hasta caer inconsciente y medio muerto al suelo; en donde tu cuerpo se va disipando como la niebla de la mañana.


El Olimpo